Los zombis están de moda. Eso es bueno y es malo a la vez.
Me explico.
Por un lado, estamos descubriendo un buen número de novelas que realmente valen la pena, que nos sumerjen en mundos donde los muertos se alzan y los supervivientes se las ven y se las desean para no pasar a engrosar las filas de los seres que están diezmándolos.
Por otro, parece que estamos siendo invadidos, no por zombis, sino por libros sobre ellos. Lo poco gusta y lo mucho cansa, dice un viejo dicho (ese que repetimos a nuestros hijos cuando ven una y otra vez una película que te hacía gracia al principio, o repiten una vez y otra la misma broma), y existe el riesgo de que los lectores nos cansemos, al menos durante un tiempo, de este genero.
Pero mientras, camufladas entre historias más o menos típicas (que no por ello malas, vease por ejemplo, la entrada dedicada a Los Caminantes, de Carlos Sisi), hay otro tipo de novelas que tocan tangencialmente el tema, pero cuyos protagonistas y motores de la trama son personas de carne y hueso íntegros y vivitas y coleando.
Entre los últimos libros de la Línea Z de Dolmen he encontrado Y Pese a Todo... un título algo extraño para un libro, que no trata de zombis.
Su verdadero valor es que habla de dos personas que se odian durante años. Dos vecinos de los de no hablarse, ignorarse y si se puede alejarse lo máximo posible el uno del otro.
El problema es que son los únicos habitantes de una ciudad que antaño tuvo más de 40 mil habitantes. Sólo la presencia de una niña de 5 años y un husky siberiano perturba la monotonía de ambos hogares. Y mientras, silencio, soledad, mucho tiempo para pensar y una amenaza velada y perturbadora en el aire.
El estilo de Garduño tiene un referente muy claro.
La ciudad escenario de los sucesos que narra la novela es Bangor, Maine, ese lugar de culto que todos los aficionados a la novela de terror conocemos tan bien. Leñe, hay ocasiones en que uno espera ver pasar corriendo a Pennywise delante de un montón de... bueno, tampoco es cuestión de destapar mucho.
Pero sí. Stephen King es el principal referente de esta historia, aunque oculta mucho más, pequeñas gotas de otras inspiraciones que se descubren a poco que te sumerjas en la trama.
Es un estilo conciso, directo y sobre todo, sencillo, que consigue atraparte y meterte en las gélidas y nevadas calles de una ciudad desierta, perturbada por los ladridos de un perro, las risas de una niña y la angustia de dos adultos, que después de años de no verse y de vivir amargados, ven llegar la muerte hacia ellos, sin prisas y con la determinación de llegar hasta ellos.
Muy, muy recomendable.
Un saludín
Me explico.
Por un lado, estamos descubriendo un buen número de novelas que realmente valen la pena, que nos sumerjen en mundos donde los muertos se alzan y los supervivientes se las ven y se las desean para no pasar a engrosar las filas de los seres que están diezmándolos.
Por otro, parece que estamos siendo invadidos, no por zombis, sino por libros sobre ellos. Lo poco gusta y lo mucho cansa, dice un viejo dicho (ese que repetimos a nuestros hijos cuando ven una y otra vez una película que te hacía gracia al principio, o repiten una vez y otra la misma broma), y existe el riesgo de que los lectores nos cansemos, al menos durante un tiempo, de este genero.
Pero mientras, camufladas entre historias más o menos típicas (que no por ello malas, vease por ejemplo, la entrada dedicada a Los Caminantes, de Carlos Sisi), hay otro tipo de novelas que tocan tangencialmente el tema, pero cuyos protagonistas y motores de la trama son personas de carne y hueso íntegros y vivitas y coleando.
Entre los últimos libros de la Línea Z de Dolmen he encontrado Y Pese a Todo... un título algo extraño para un libro, que no trata de zombis.
Su verdadero valor es que habla de dos personas que se odian durante años. Dos vecinos de los de no hablarse, ignorarse y si se puede alejarse lo máximo posible el uno del otro.
El problema es que son los únicos habitantes de una ciudad que antaño tuvo más de 40 mil habitantes. Sólo la presencia de una niña de 5 años y un husky siberiano perturba la monotonía de ambos hogares. Y mientras, silencio, soledad, mucho tiempo para pensar y una amenaza velada y perturbadora en el aire.
El estilo de Garduño tiene un referente muy claro.
La ciudad escenario de los sucesos que narra la novela es Bangor, Maine, ese lugar de culto que todos los aficionados a la novela de terror conocemos tan bien. Leñe, hay ocasiones en que uno espera ver pasar corriendo a Pennywise delante de un montón de... bueno, tampoco es cuestión de destapar mucho.
Pero sí. Stephen King es el principal referente de esta historia, aunque oculta mucho más, pequeñas gotas de otras inspiraciones que se descubren a poco que te sumerjas en la trama.
Es un estilo conciso, directo y sobre todo, sencillo, que consigue atraparte y meterte en las gélidas y nevadas calles de una ciudad desierta, perturbada por los ladridos de un perro, las risas de una niña y la angustia de dos adultos, que después de años de no verse y de vivir amargados, ven llegar la muerte hacia ellos, sin prisas y con la determinación de llegar hasta ellos.
Muy, muy recomendable.
Un saludín
Comentarios