Un hogar para la Tercera Edad

El aumento de la edad media de la población y los cambios en la sociedad han provocado que las familias se vean en dificultades para dar la atención que los mayores necesitan. La Residencia de la Tercera Edad de Onda ayuda a cubrir esta necesaria atención, aunque la limitación de las plazas y la creciente demanda hace insuficiente el número de camas disponibles. Pese a esta situación, la labor que se realiza desde la institución ayuda a mejorar la vida diaria de sus 60 internos.

El centro ondense permanece ocupado al 100 por 100, y no existe, por el momento, posibilidad de acceder a él.

“Hay una larga lista de espera, pero el espacio es el que hay, y no podemos hacer nada”, comenta el director, Salvador Gimeno. “Pedimos a las familias que esperen a que haya una vacante, pero muchas veces, cuando nos hemos puesto en contacto con ellos, nos comunican que ya han conseguido plaza en otra. Es una cuestión, muchas veces, de inmediatez, y no puede ser tan rápido.”

En cuanto a la necesidad de ampliar el centro, Salvador no plantea la necesidad: “El centro está bien ahora, no necesita ampliaciones. Quizás en algún momento más adelante, pero ahora es suficiente con lo que tenemos”.

Ante la posibilidad de la construcción de otra residencia, tampoco opina, ya que considera que no es una decisión en la que deba participar.

Mientras, tanto en Onda como en los pueblos de la comarca, la población aumenta y se reclaman más plazas para nuestros ancianos. De hecho, muchos de los residentes proceden de otras poblaciones, que también carecen de instalaciones adecuadas.

La historia de la Residencia comienza el 22 de julio de 1975, de la mano del prelado doméstico del Papa, Mosén Fernando Ferrís, se constituyó la Fundación del mismo nombre y se dio comienzo a la ardua labor de preparación de lo que hoy es una moderna residencia para el cuidado de las personas de la Tercera Edad que necesitan un cuidado especial o a los que su familia no puede prestar una atención suficiente.

Mucho ha llovido desde entonces, y los 60 internos disfrutan hoy de todas las comodidades y los servicios necesarios para que su día a día transcurra con normalidad y disfruten de su estancia en ella.

Pero la actual residencia poco tiene que ver con la que abrió sus puertas el quince de marzo de 1980. Sucesivas remodelaciones y ampliaciones han configurado una oferta completa y suficiente para tener en cuenta cualquier necesidad y cubrirla con sus instalaciones y personal.

La Residencia nació por la inquietud de Monseñor Fernando Ferrís para construir una instalación de este tipo. Tras la constitución de la fundación, las personas que se volcaron en realizar las gestiones comenzaron a buscar la financiación necesaria para comenzar las obras.

El terreno, situado junto al Museo del Azulejo Manolo Safont, mucho más reciente que la Residencia, fue cedido por Cáritas, que a su vez lo recibió en donación por parte de Doña Herminia Landerer.

Una vez con la disponibilidad del terreno, la Fundación comenzó a reunirse con diversas organizaciones católicas y laicas, para reunir el dinero necesario para iniciar las obras.

La junta, que por aquel momento estaba compuesta por nombres importantes de la sociedad ondense, como Joaquín Martí, Fernándo Oscariz Alós (que fue director del centro hasta 1998) o Salvador Gimeno Arrando (actual director), se reunió con representantes de ministerios y otras instituciones, de las que consiguieron compromisos y finalmente, financiación y subvenciones.

No obstante, fue la aportación de la Caja Rural Ntra. Señora de la Esperanza la que consiguió que el proyecto fuera una realidad y se diera forma a lo que hasta el momento sólo existía sobre el

papel.

Unas 8 personas fueron instaladas en las habitaciones habilitadas y así se comenzó una labor que hoy continua a cargo de las Hijas de la Caridad.

Instalaciones modernas

En la Residencia trabajan 24 personas, y cuentan con la ayuda de 6 voluntarios que prestan su tiempo desinteresadamente para ayudar a los A.T.S, médico, auxiliares, cocineras y demás personal.

La planta baja alberga las instalaciones de la sala de televisión, donde los internos pueden reunirse para verla, además del comedor y la moderna cocina. Esta está equipada con todo lo necesario para confeccionar allí mismo las comidas y cenas. “Antes utilizabamos un servicio de catering, pero ofrecía un servicio muy limitado, y decidimos realizar aquí la comida”, aclara Salvador Gimeno. “Así las hermanas pueden dedicar el tiempo y atender a cada interno de la manera que lo precisen, triturando la comida o preparando algo especial si es necesario”.

También existe una capilla, aunque “no se obliga a nadie a asistir a las misas, si quieren vienen, y si no, pues no es necesario”, aclara el director.

El sótano está ocupado por la zona de lavandería, donde diariamente se lava toda la ropa de las habitaciones y los residentes. También cuentan con instalaciones de calderas y descalcificador y pasan las inspecciones regulares impuestas por la Generalitat para evitar focos de infección por legionela y otras enfermedades evitables

Las habitaciones, en su mayoría dobles, están ocupadas por personas del mismo sexo, y no se diferencian mucho de las de un buen hotel, excepto que el baño está preparado para poder atender a personas con movilidad reducida.

En cuanto a los horarios, también se dividen en dos. Así, a las doce y siete de la tarde comen o cenan las personas con mayores problemas para comer, mientras que los que se sienten más válidos, comen en el segundo turno.

El coste de la residencia

Los precios de las plazas vienen marcadas por las tarifas oficiales de la Conselleria, que varían en función del grado de dependencia y la disponibilidad de habitaciones compartidas o individuales (o de la preferencia del residente ante una u otra). Los precios oscilan entre los 1083 euros para una persona semivalida en habitación compartida hasta los 1583 si se trata de un residente que necesita la máxima atención, también en habitación compartida.

En el momento de mi visita a la Residencia, se acercaba el momento del primer turno de comida, y alguno de los internos estaban siendo atendidos por las hermanas, ya que necesitaban una atención especial a la hora de comer. El resto, esperaba tranquilamente viendo la televisión, algunos dormitando, y los más atrevidos, disfrutaban de los últimos días de temperatura agradable en los jardines, contemplando la impresionante vista que ofrece el castillo desde allí.

La sensación de tranquilidad contrastaba con la tensión que se respira un poco más abajo, en pleno pueblo

Comentarios

Juanjo Rubio ha dicho que…
Buena crónica.
Enhorabuena por la nueva cabecera.

Un saludo.
Pharpe ha dicho que…
Me alegro que haya un sitio en vuestro pueblo tan bueno como éste :)

Saludos