Leyendas Urbanas: hoy, primeras impresiones


“La primera impresión es la que cuenta”, suelen decir, pero la realidad nos enseña que no suele ser así.
Aquí es donde entran en acción las leyendas urbanas, dispuestas a propagarse para hacernos entender lo equivocado de nuestras percepciones.
Por ejemplo, existe una leyenda que toca muy acertadamente el tema, y es más que probable que la conozcas, la hayas escuchado en algún sitio y hasta creas saber a quien le ocurrió.
La historia comienza en una urbanización de lujo en algún lugar. Aparcado a la puerta de una de las viviendas, hay un flamante BMW, fruto del trabajo del matrimonio que vive allí. Es, junto a la casa, la justa recompensa a una vida laboral de la que se sienten orgullosos.
Un día, al salir por la mañana de casa, se encuentran con una desagradable sorpresa: el BMW no está. Se lo han robado.
Tras denunciarlo a la policía, la pareja habla y se les hace la boca grande dedicando a los ladrones las palabras menos bonitas que se les ocurre. Además, han de gestionarse la compra de otro coche, que les supondrá un gasto adicional para el que no están preparados en ese momento.
La sorpresa es mayúscula, entonces, cuando a los dos días se encuentran el coche aparcado, de nuevo, en la puerta de la casa. Al abrirlo y mirar su interior, se lo encuentran limpio, arreglado e impecable. Incluso se dan cuenta de que un pequeño siete en la tapicería que se habían hecho unas semanas atrás, había sido reparado.
Sobre el asiento del conductor encuentran una nota en las que les explican que habían tenido que llevarse el coche “porque una vida corría peligro” y gracias a esa acción “les debían la vida de una persona muy querida”. Y no sólo eso.
Para agradecer el involuntario “préstamo”, les hacían llegar dos entradas para la función en la ópera esa misma noche.
Confundidos, ambos cónyuges se sintieron avergonzados por haber pensado tan mal de alguien qsoue tomó el coche por necesidad, al parecer.
Pensando que habían ayudado a salvar una vida (quizás un accidente producido allí cerca, o un ataque al corazón, vete a saber…), ambos deciden salir esa noche. Se visten adecuadamente y acuden a un restaurante a cenar, para después acercarse a la ópera.
Es una velada memorable, a la que se dedican sin pensar en nada más.
Cuando vuelven a casa, es cuando les espera una nueva sorpresa. Las puertas están abiertas de par en par, y todos los muebles, electrodomésticos y demás enseres han desaparecido.
En el desolado salón encuentran una nota colgando sobre la chimenea: “Esperamos que hayan disfrutado de la ópera”.
Esta historia tiene alrededor de 50 años, y ha viajado por todo el mundo sin descanso, adaptándose a la sociedad y características de cada país.
Puedes haberla escuchado, de esta u otra manera, pero puedes estar seguro que es una leyenda urbana, que nace del sentimiento de culpabilidad que experimentamos al haber tenido una sensación negativa de alguna persona o situación y como al bajar la guardia, somos víctimas de algo peor.
Pero no es la única leyenda que toca este tema.
En una estación de servicio, atendida por una persona de una ya considerable edad para estar trabajando, se paró una pareja, con cierta clase y con un coche caro. Entraron en la tienda y comenzaron a moverse por las estanterías, cogiendo alguna cosa para llevarse. Como suele pasar, claro.
No llevaban ni tres minutos en la estación cuando pararon un grupo de motoristas, mal vestidos, con caras de pocos amigos y mala catadura.
El responsable de la estación se puso nervioso, ya que presentía que algo malo traerían estas personas. Cuando salió a ofrecerse para ayudarles, y así minimizar los daños que pensaba que iban a causar, le invitaron a que entrara. Querían coger alguna cosa y le pagarían después gasolina y lo que se llevaran.
Mosqueado por la respuesta, pero sin poder hacer otra cosa, entró. Tres de los moteros entraron tras él y comenzaron a llenar sus cestas con todo lo que pillaron: bebidas, comida preparada, revistas, dulces… Así, hasta llenar cinco cestas hasta arriba.
La sorpresa del encargado fue mayor cuando uno de los moteros se acercó, y sacando una abultada cartera pidió la cuenta. Subía una cantidad considerable, pero lo pagó todo en efectivo.
Se despidió con amabilidad y salieron todos juntos hasta sus motos y se fueron sin más.
Las otras dos personas salieron entonces de detrás de una estantería donde estaban medio ocultos, también temerosos de hacer cualquier movimiento. Con una media sonrisa aliviada, el dependiente les comentó que se había dejado llevar por la primera impresión y se había equivocado. ¡Qué tonto había sido pensando en que iban a atracarle!
La pareja le dio la razón, y acto seguido, le pidieron, por favor, que pusiera toda la recaudación del día en una bolsa de plástico para llevársela, a punta de pistola.

Comentarios

Pharpe ha dicho que…
Está claro que las apariencias engañan cada vez más.

Un saludo