DE VACACIONES POR LA PENINSULA ESTA

Bueno, ya sé que comenté que me iba de vacaciones, que no iba a continuar con el blog hasta dentro de unas semanas y que iba a descansar sin ordenadores, sin cómics, sin agobios...
Pues en ello estoy.
De verdad...
Comencé el periplo estival por la zona de Extremadura. Hace dos días.
El camino que me llevó por toda España fué tranquilo, sin agobios, parando varias veces para estirar las piernas, llevar a los peques al baño para que no me inundaran el coche y se desentumecieran, que también tienen mérito, tantas horas dentro del coche.
La primera parada que hicimos, Trujillo, nos encantó.
Fuimos allí por recomendación de Juanma, mi vecino, que es de Camino Morisco, un pequeño pueblo de Cáceres.
Llegamos a la hora de la comida, y nos pegamos un buen ágape extremeño en un restaurante en la entrada del pueblo. Luego, consegui aparcar justo enfrente del hotel, que todo sea dicho, era una pasada de hotel... Un convento (de los 10 con que contaba Trujillo), restaurado y convertido en una pequeña maravilla para el viajero. Si vas por la zona, ni lo dudes, el Melia Trujillo Boutique te encantará.
El pueblo tiene historia. Resulta que fue lugar de nobles en la Edad Média, y los Reyes Católicos lo frecuentaron bastante durante su reinado. No sólo eso. Fue cuna de grandes de la época como los hermanos Pizarro, "descubridores" de México, o Orellana, que visitó el Amazonas.
Entiendo que a los amigos americanos que siguen este humilde blog, estos nombres les crearán más rechazo que otra cosa, pero si nos quitamos los prejuicios y las historias de hace siglos, y nos centramos en el lugar monumental, pues no deja de ser curioso.
Al recorrer el pequeño casco histórico en calesa, nos contaron una pequeña anécdota: en una de las torres de uno de los conventos, del siglo XVI, aparece el escudo del Atlético de Bilbao... Un fenómeno paranormal que se explica con la intención del maestro cantero que restauró la torre hace unos sesenta años. No deja de tener su miga, la historia.
Por la noche, después de patear en busca de un bocadillo para cenar, cosa bastante difícil, me hice con dos de jamón, sin tomate ni aceite, y caimos rendidos en la cama.
El lunes llegamos, sin más contratiempos, a Lisboa.
Preciosa ciudad.
Mi infalible sentido de la orientación me llevó a recorrer varios pintorescos barrios lisboetas, hasta que conseguí encontrar un sitio donde comer y donde me indicaron, muy amablemente, donde narices estaba mi hotel.
Después de varias vueltas más, lo encontramos.
Buen hotel, con buena habitación, y el parking, gratuito. Una suerte, porque como en toda ciudad que se precie, es casi imposible aparcar decentemente aquí.
Por la tarde, tomamos un tranvía (un eléctrico, que les llaman), y recorrimos parte de la zona histórica de Lisboa.
Calles angostas, donde apenas caben tres personas, y donde dejan circular, no sólo coches, sino también tranvías. Habían calles donde el eléctrico pasaba tan pegado a las fachadas, que podría haber cogido agua de las mesas de los comedores. Y no es exageración.
Cena a las ocho... Me entró complejo de europeo, porque cenar antes de las nueve y media (excepto cuando tengo turno de noche) me parece casi un sacrilegio. Pero en fin, es lo que tienen los paquetes turísticos.
Por la noche, visita al centro, iluminado y lleno de vida. Fados por las esquinas, cafés con olor a cultura, músicos callejeros, mucho español, los inevitables japoneses y algún americano perdido.
Esta mañana, excursión hasta el barrio de Belem, con parada en la Torre, en el Convento, en el Museo de los carruajes, y una breve visita por las calles del barrio de Alfama, cuna y nacimiento del fado, sin la prometida degustación de vino de Oporto. Una lástima de viaje, en el que la guía no estaba por la labor, y parecía que íbamos en plan borrego, con prisas, y sin disfrutar de las visitas. En fin...
Ahora, están durmiendo todos, y yo estoy tecleando en el ordenador del hotel. Tiene wifi, igual que casi todos los establecimientos de Lisboa... Sorprendente.
Esta tarde, nos acercaremos al castillo, desde el que se tiene que disfrutar una maravillosa vista de la ciudad, con el Tajo, el puente metálico que lo cruza(el que sale en el anuncio de Mapfre), y los barrios antiguos. Luego, si hay tiempo, subiremos en uno de los ascensores que conectan dos calles a distinto nivel. Los hay tipo ascensor tradicional, con cafetería en lo alto, y tipo funicular, que también tienen su grácia.
Las fotos, que las hay, las colgaré en cuanto llegue a casa.
Quiero darte envidia, oye, que esto no se hace todos los días ;-D

Un saludín

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