PAOLA

Llovía
Paola estaba en la calle, mojándose. No recordaba cuanto tiempo llevaba en esa acera, pero era seguro que, cuando llegó, ya llovía.
Pero no podía irse, todavía no. No había podido hablar con nadie, y no tenía dinero para darle a Jonás.
Una luz en una ventana llamó su atención. En ella, una niña, tapada con una mantita, le observaba, y, al momento, una figura, que sería su papá, la abrazaba, llevándola dentro.
Una triste sonrisa asomó por sus envejecidos labios, recordando cuando, no tantos años atrás, su papá también la mecía, en una gastada mecedora, mientras veían la puesta de sol de su Ecuador natal.
¡Cuanta suerte tienen las niñas de este país!, pensó. No tienen que abandonar a su familia, y aventurarse más allá del mar, acompañadas de sus hermanos pequeños, engañadas, y sin saber si podrán volver a ver a los suyos.
Ahora, las caricias que recibía, eran dolorosas, pero necesarias para vivir.
Vió que un hombre se acercaba, y se preparó para abordarle. Esperaba poder irse con él, sino su hermanito, volvería a amenazarle con la navaja.

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