LA CANCIÓN DEL PIRATA

Es curioso como llegan las cosas.
Nunca he sido muy amigo de la poesía. Menos, de la que se escribía años ha. Quizás siglos...
Así que figurate mi sorpresa al encandilarme con un escrito del siglo XIX.
Aunque claro, más curiosa fue la forma de conocerlo.
Andaba yo preparando un disco con retazos de mi colección de rock, y topé con un disco de Tierra Santa. Allí estaba ese tema, del que ni me acordaba. Lo escuché y me atrapó como no lo hizo anteriormente.
Sabía que la letra partía de un poema clásico, pero no recordaba más que los dos primeros versos, míticos y repetidos hasta la saciedad.
En fín, que me puse a indagar un poco (lo que es anotar el primer verso en Google, vamos), y me salió el texto de LA CANCIÓN DEL PIRATA, de José de Espronceda.
Inmenso, aún sin el acompañamiento de Tierra Santa.
Leerlo mientras suena la contundencia de este grupo riojano le hace ganar enteros, fuerza, aunque de eso no le sobra nada en su origen. Te transporta a otros tiempos, a una libertad soñada que hoy en día perdura y que te hace sentir la brisa marina, el olor de la sal y la calma de la serena noche.
El rock no es cultura, dijo aquella, ni el cómic ni el cine...
Grácias al rock, he descubierto algo nuevo para mi.
Me quedo con la no cultura, y con la alegría de haber descubierto un poema.
A ver si otros aprenden a fomentar la lectura, que no sólo el Quijote atrapa el alma.

Un saludín

  Canción del pirata


Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Stambul:

«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»

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