CRONICA DE UNA PRESENTACIÓN II

Pues ya estamos en sábado...
Tras desayunar ese tipo de desayunos que sirven en los hoteles, y que nunca te atreverías a preparar en casa (en parte, por el follón que supone ponerte a freir longanizas, batir huevos, tener mantequilla, untar tomate en el pan, preparar café, zumos varios ...) pero que en los hoteles, pues es necesario tomar, partimos hacia Expocómic.
Tengo que hacer un inciso en la narración. ¡Vaya mierda de metro tiene Madrid!
Sí, será muy útil. Te acerca rapidamente a cualquier lugar de la capital, sin atascos, sin problemas... si no vas con un carrito de bebé. Sube escalera, baja escaleras... Los escalones de las escaleras mecánicas son infimos, y casi no caben las ruedas... Los ascensores, están todos en Príncipe Pío, (¡Cuatro distintos para llegar al nivel de la calle!), y en el resto de la red, ni uno...
Una odisea, vamos.
Pero a lo que voy.
Llegamos al Pabellón de Convenciones, y entramos. Las acreditaciones las recogimos el viernes, así que no hubo problemas. Me encontré con Pedro y tras las presentaciones, fuimos a tomar algo fresco ... ¿a la cafetería? ¡Qué va!
A la mesa redonda sobre el Víbora, en varias de las pocas sillas libres que habían. Alvaro Pons nos miraba de reojo, atento por si en algún momento desviabamos nuestra atención a lo que se comentaba en la mesa... Y me habría acercado, porque hablaron de un par de temas que me interesan, aunque estábamos allí por algo.
Susana y los nenes se fueron al Rastrillo este de los famosos, que estaba al lado, y Pedro y yo comenzamos a trabajar.
Primer objetivo: encontrar a los colaboradores.
Por megafonía se avisó que estábamos allí. No apareció nadie.
Al momento, cuando ya estábamos desesperados, hacen acto de presencia Ken Niimura, Guillermo Capacés y Álvaro Ortiz. Menos mal, no estamos solitos. Más presentaciones.
Llamo a Txiki Palomares, que me dice que no vendrá hasta la hora de la comida, y sólo un rato, que su mujer está pachucha y debe volver pronto a casa.
Cuelgo y me llaman por teléfono. Se trata de Gustavo Higuero e Ignacio Ochoa. No encuentran sus acreditaciones, aún y cuando yo estoy seguro de haberlas pedido. Pedro y yo salimos, y les hacemos entrar sin problemas.
Desgraciadamente, no pueden venir a la comida, que vemos como va perdiendo comensales. Para acabar de arreglarlo, Txiki no aparece, y Pedro y yo, previsores que somos, no tenemos la dirección del restaurante. Por suerte, Susana me llama y me dice que espera en la puerta... con Txiki.
Más presentaciones. Más alabanzas al libro (nunca son pocas para este trabajo), y de camino al restaurante.
Txiki, nuestro guía, nos dirige hacia el mismo... a golpe de plano. Como es normal, acabamos dando una vuelta a la manzana, y caminando unos cien metros en dirección contraria. Rectificación de rumbo y entonces, llama el teléfono. Adela Torres nos espera en la puerta del restaurante, con alguien más, cuya identidad desconocemos, pero que no nos importa, porque así seremos más en la comida. Los que nos esperan resultan ser Ferrán Clavero, Ruth, su chica, y el hermano de esta, de cuyo nombre no consigo acordarme (perdón, perdón, perdón...)
Entramos en el restaurante, y tras el manduqueo de Claudia, que siempre es la primera en comer, llueva o truene, se nos llena la mesa de buenos manjares del norte, entre hay que destacar el pulpo y los choricitos... y esas botellitas de vino gallego que van vaciándose misteriosamente.
Ferrán y el hermano de Ruth nos enseñan sus books, ambos impresionantes, y la comida transcurre entre risas, anécdotas (entre las que destaca un montón de faltas de ortografía que se em colaron en el texto de presentación del libro) y un momento de nervios, ya que se nos acercaba la hora de la verdad. O eso le parecía a Pedro, que no paraba de mirar el reloj, y al que Adela llegó a comparar con su madre. Glups...
Después, nos levantamos, pagamos, y al tajo, que es gerundio.
O no, pero da igual, que tú ya me entiendes.



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