EL FRANCOTIRADOR

Lucas abrió el maletín. El artefacto estaba en su sitio, esperando a que lo montara.
Cogió el cuerpo central con cuidado, casi ceremoniosamente, y lo apoyó contra su cuerpo, sintiendo el duro frío del metal y el plástico que lo recubría. Acarició suavemente su superficie, lisa y oscura, y reprimió el escalofrío de placer que le embargaba.
Amaba su trabajo.
Acopló el objetivo en su sitio, vibrando al sentir el "clack" de los topes.
El apoyo posterior, el que debía permitir a su hombro resistir el embite del su herramienta, se ajustó sin problemas, casi con un susurro.
Con cuidado, como quien maneja una joya de incalculable valor, probó la lente. Efectuó varios ajustes, hasta que consiguió que permaneciera centrada y eficazmente dirigida.
Se asomó, con cuidado, a la barandilla de la terraza. Frente a él, su objetivo, tres militares de baja graduación, y un oficial, no sospechaban que pronto serían presa de su verdugo.
Realmente, era el oficial la principal presa de Lucas. No importaba. Tanto daba uno que cuatro. Todos caerían, sin enterarse siquiera, bajo el objetivo del francotirador.
Nunca se enteraron, hasta que fue demasiado tarde.
Sus imágenes, brutales, golpeando y asesinando a una familia iraquí, dieron la vuelta al mundo. Sus superiores tomaron cartas en el asunto, y fueron detenidos y deportados a Estados Unidos.
Lucas sabía que no cambiaría mucho. Otros indeseables seguirían cometiendo atrocidades en la zona de guerra, pero allí estaban, él y sus compañeros, francotiradores de la imagen, para dar fé.

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