LA ROSA DE LOS VIENTOS, UN MITO EN LAS ONDAS

(Aparecido en Arrels nº 14)

Tras un par de semanas hablando de cosas televisivas y demás, he pensado que hace un tiempo que no hablo de la radio, y que ya va siendo hora de que haga honor a uno de los programas que más me atrapa, que me cautiva y me hace poner la oreja a punto durante las tres escasas horas que dura y que convierten las noches de sábado y domingo en una aventura emocionante.

Sí, me refiero exactamente al programa en el que estás pensando. Me refiero, claro, a La Rosa de los Vientos. Un mito radiofónico que durante diez años ha llevado la historia, el misterio, la magia del cine y el humor hasta nuestros oídos.

Este mítico programa recoge en sus ya mil cuatrocientos y pico emisiones una variedad de temas que hace difícil el escapar de sus redes sonoras. De hecho, la mayor baza con la que juega es precisamente con su carácter de magazine, de programa en el que caben contenidos de todo tipo y que encima se realizan de manera amena y entretenida. Es lo que se llama, definitivamente, un programa de culto.

El equipo es también de los que han hecho época. Su primera encarnación en las ondas nocturnas parte de los primeros años de la década de los 90, en un formato, predecesor del actúal, que recibió el nombre de Turno de Noche y que fue, precisamente, el primer programa de radio en sacar partido al desperdiciado momento nocturno, destinado a las repeticiones de programas deportivos y magazines diurnos.

Juan Antonio Cebrián, César Cid, Mercedes Cobo o la ominipresente Silvia Casasola pusieron la semilla radiofónica de un programa que desmontaba todos los estereotipos de lo que debía de ser la noche en la radio española.

Tras varios años en antena, popularizando nombres del misterio como el de Germán de Argumosa, de aventureros como el de Miguel de la Cuadra Salcedo, padrino del equipo, y tantos otros, que han quedado marcados a fuego en la mente de los que nos ponemos los pinganillos por la noche.

La Rosa de los Vientos se mantuvo durante años siendo una de las opciones preferidas por los noctámbulos, las noches de los domingos al jueves, y dejaban a otros la tarea de entretener los fines de semana, hasta que, de repente, Juan Antonio Cebrián y sus colaboradores se desvanecieron de las ondas, en pos de nuevos proyectos y dejaron (nos dejaron) a los fieles de la vieja guardia en manos de Jose Luis Salas, Sérgio Fernández “el Monaguillo” y Julie Thomasoro.
No quiero decir que fuera un mal programa, ni mucho menos. Es que el cambio fue tan brutal, que muchos decidimos migrar a otros diales. Luego volvimos, porque Esta Noche o Nunca demostró que valía… pero esa es otra historia.

Ahora, La Rosa de los Vientos ocupa las madrugadas de los sábados y domingos, con una nueva organización de contenidos, y con, sorprendentemente, casi los mismos colaboradores que acompañan al maestro Cebrián desde hace tantos años. Jesús Callejo, Carlos Canales y Bruno Cardeñosa se encargan de traer al programa los temas más extraños curiosos relacionados con libros, enigmas históricos y conspiraciones varias en sus respectivas secciones y en la indispensable Tertulia de las 4 C (Cebrián, Canales, Callejo y Cardeñosa), José Miguel Escribano nos trae lo último del cine (y este es el decano de los colaboradores del programa, ya que viene de los primeros tiempos de Turno de Noche), Martín Expósito nos enseña los efectos del cambio climático y todo lo relacionado con esta catástrofe que se nos viene encima y Raúl Shogún acerca las novedades en cuestión de cómics, y ha conseguido que La Rosa sea el único programa de una emisora convencional que tenga un espacio dedicado al noveno arte. Y más, mucho más…

Lo que más valor da a esta aventura mediática es el haber conseguido que los oyentes de madrugada, poco dispuestos a recibir información, nos volquemos en los pasajes de la Historia, narrados por la fantástica voz del locutor. Es incomprensible como una apuesta tan arriesgada, la de narrar hechos históricos, de esos de los que te abstraías cuando te los soltaban en clase, tiene un seguimiento cada vez mayor y más intenso.

El estar a bordo del Bissmarck cuando se hunde, descubriendo América con Colón, o junto a Marie Curie cuando descubre el Polonio, es algo que se puede conseguir sin máquinas del tiempo ni cacharros raros. Sólo con la radio y con Juan Antonio Cebrián

Un saludín

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