Todos soñamos.
Es algo de lo que podemos estar totalmente seguros.
Otra cosa es que no consigamos recordar qué demonios hemos estado haciendo mientras nuestra mente viajaba entre mundos extraños y los ojos se movían con ganas tras los párpados. Probablemente, hasta hayamos roncado un poco, molestando a quien duerma a nuestro lado.
A veces, podemos recordar algo de lo que hemos soñado, quizá solo durante unos minutos antes de que la mente rechace lo soñado por irreal y se abra paso lo cotidano arrasando con esos momentos somnolientos.
Pero otras veces el recuerdo es más vívido y permanece más tiempo en la memoria.
Son momentos en los que recordamos lo soñado, si no con una claridad meridiana al menos sí a grandes rasgos y centrándonos en los puntos más importantes.
Me pasa a mí desde hace años que durante varias noches visito una ciudad que no existe en la realidad. Durante mis visitas nocturnas varias ciudades que conozco, y hasta otras en las que nunca he estado, se fusionan y forman esta población, grande o pequeña según las necesidades de lo soñado, en la que me muevo.
Sé que es la misma porque, a pesar de que en cada ocasión presenta alguna diferencia notable, la base y parte de las calles suelen ser las mismas. Conozco, en ese plano irreal y siempre cambiante, donde se encuentra la plaza principal, con una gran catedral que domina el centro, un polígono industrial y comercial donde se encuentran tiendas y naves que albergan empresas que, no sé muy bien por qué, son parte de mis andanzas y sobre todo, donde está la calle con más librerías.
Qué le voy a hacer, el vicio es el vicio...
Sé qué carreteras tomar para llegar, las salidas de la autovía que me conduce hasta ella y hasta donde voy a llegar si me salto una de ellas. Cosa que, por cierto, nunca ha sucedido.
Sé donde están las paradas de metro, la que me llevará hasta la estación de tren, que también utilizo con frecuencia y qué líneas coger.
Posiblemente, estando despierto no pueda hacerlo, pero sé que cada vez que sueñe con esa ciudad, sabré dónde dirigirme y qué hacer en cada momento.
Y es curioso, porque lo que no recuerdo es qué pasa en esos sueños ni que me lleva hasta la ciudad. La sensación que queda es que la recorro, por algún motivo y me detengo en lugares ya visitados, pero los detalles concretos de cada una de estas visitas se me escapa la mayor parte de las veces.
Sí que recuerdo que a veces hay un ascensor implicado.
Nada traumático.
No hay caídas al vacío, ni me quedo atrapado dentro de uno de ellos. Normalmente se trata de subir y bajar de un edificio algo alto y no tiene más problema. Vale, obvio las veces en que el ascensor se pasaba de piso una y otra vez y no había manera de parar donde yo quería o esas otras veces en las que alguien acribillaba la cabina del ascensor conmigo dentro (como en las buenas pelis de accion, yo era el que se salvaba y salía indemne del tema).
Son esas cosas que no tienen mayor importancia, que posiblemente no te importen un carajo y que hagan que te preguntes por qué te has tragado todo este tostón.
Pero también es posible que tengas tu propio lugar común en los sueños. O una persona que te acompaña. ¿Te animas a compartirlo?
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