Leyendas Urbanas: Hoy, animales resucitados





Lugar, una urbanización de clase media, de esas con viviendas rodeadas de un amplio jardín y una breve valla de separación entre una vivienda y otra. Los protagonistas, un vecino, su perro rebelde y el loro de la de al lado.
El perro apareció un buen día con un loro muerto entre sus fauces. Aterrado, y con el miedo que produce el haber causado un daño a una propiedad de su vecina, el vecino del perro ideó un plan: dejar el animal fenecido en la jaula que colgaba, vacía, en la ventana del salón. Así, con suerte, parecería que el loro había muerto por causas naturales y no recaería sobre él la culpa.
Dicho y hecho, con una planificación digna de cualquier película de espías, el hombre colocó el ave, una vez limpia y sin rastros de violencia, en la jaula.
Al día siguiente, se hizo el encontradizo con la vecina, para ver su reacción. La mujer se le acercó, con el loro en sus manos y llorando, presa de un ataque de nervios. Él le preguntó qué le había pasado, y ella le contestó que el loro había muerto. “Que le vamos a hacer”, contestó él. “Puedes comprar otro”, la consoló. Pero ella le contestó algo que le dejó desconcertado: “No, si no es eso… Es que ayer por la tarde lo enterré en el jardín y hoy estaba otra vez en la jaula. ¡¡No lo entiendo!!”
Y es que esta es una de las leyendas más populares que se han propagado en los últimos años.
Unas veces se trata de un loro, en otras versiones, es el conejito del niño de la casa de al lado, pero la historia se repite, una y otra vez, en diferentes países del mundo.
La historia siempre tiene en común la presencia del animal muerto, y el descubrimiento por parte del protagonista de la historia de la tragedia y su sentimiento de culpa.
Incluso llegó a circular una versión bastante popular, que transcurría en un aeropuerto.
En este caso, unos mozos de almacén (en otras versiones, agentes de aduana) se encontraban entre el equipaje de un avión que viajaba de Roma a Chicago la jaula de un perro, en la que había un pequeño perrito muerto. Sospechando que habían sido ellos los que habían causado, en un descuido, la muerte del animal, organizaron una colecta y compraron un perro igual al fallecido.
La sorpresa llegó cuando la señora cogió la jaula y el animal salió saltando de ella. Cayó en el suelo, víctima de un fuerte shock, porque lo que la jaula debía contener, en realidad, eran los restos de su mascota, que había fallecido unas horas antes de emprender el viaje, y quería enterrarla en el punto de destino.
Todavía existe otra versión, más macabra todavía, en la que una esposa prepara una suculenta cena a base de salmón para los jefes de su marido. Encuentra al gato de la familia mordisqueando el pescado, antes de meterlo en el horno y lo hecha a la calle. Coge el salmón, y decide utilizarlo igualmente. “Ojos que no ven…”, pensó.
Después de la cena, encuentra al gato muerto junto a la puerta de la casa, y tras pensar un momento, se le ocurre que la causa de su muerte podría ser el salmón. Llama a todos los invitados, que se toman bastante mal haber cenado un plato mordisqueado por un gato, y acuden todos al médico.
A la mañana siguiente, el vecino aparece en casa, para avisarles que la noche anterior tuvo que salir de casa apresuradamente, y sin darse cuenta, atropelló al gato. Lo dejó junto a la puerta, para que lo vieran por la mañana, y él tenía pensado acercarse en cuanto se despertara para decírselo.
En todas estas historias, el elemento común es el animal muerto, sí, pero también la manera en que los protagonistas de los sucesos intentan camuflar un suceso, en teoría, causado por su negligencia. Así, estas leyendas vienen a sugerir que obrando “de tapadillo”, de manera encubierta, las cosas no terminan nunca de salir bien.
Un saludín

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